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“Léeme”. El primer mandamiento no está inscrito en unas tablas rotas, sino en Su espalda, Alouqua.

Debe ser duro basar su vida en anotaciones. Para mí Usted fue más que un libro que dejé a medio camino y del cual apenas recuerdo un par de citas o apenas la página donde buscarla. A los libros sagrados no se les trata así, lo sé. Soy tanto apóstata del Islam como del libro de Eris, una hoja más un ojo menos.

Por eso ni yo anotaba la lista de las compras, ni los apuntes de las clases. Todas esas notas hechas o no, no importa en realidad si ya están revueltas y desordenadas en el cuarto de sanalejo de mi cabeza, ahí junto con los recuerdos olvidados de nuestra eterna felicidad efímera o, simplemente, del sueño tórrido de una súcubo.

Siento mucho no recordar. No es nada personal. No se sienta aludida. Tal vez el olvido de las lecciones que Usted me dio sea la verdadera lección que tengo que seguir viviendo hasta que me quede tatuada en la piel como en la suya se inscribe el mandamiento anterior a todos y sin los cuales los demás no serían siquiera leídos: “Léeme”.

Algo recuerdo: dormir en mi lado de la cama. Hay una frontera infranqueable que no me deja pasar mi cuerpo a donde solía yacer el monumento a Eris. Si en Bogotá tumban estatuas, aquí en Medellín, se esfuman.

Sé que el hecho de no recordar, no desmerece mis actos. ¿Será que el mundo se desaparece cuando cerramos los ojos en un desesperado ahogo por salir del Lete? Ya no tengo salvación. Eris lo era, Alouqua.

¿O será que tendré que tatuarme todo como en Memento?

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