Archivo mensual: abril 2018

El miedo y el discurso de la seguridad como armas de control social: Reflexiones desde Durkheim, Weber y Foucault

Por Alabama Monroe y Transmillennium

El ser humano vive en la constante búsqueda de alivios momentáneos de la existencia. Uno de los componentes de la existencia del ser humano es el miedo, pero éste es un sentimiento o concepto parcialmente adquirido a lo largo de la vida del mismo. Si bien se ha llegado a afirmar que el miedo es un instinto inherente al ser humano, es decir que nace y muere con el mismo hombre, la mayoría de componentes y conceptos del miedo son impuestos y se manifiestan en la superestructura social que determina al individuo.

Mediante este ensayo se pretende evidenciar cómo el miedo y el discurso de la seguridad funcionan como mecanismos de control social. Para dar respuesta a este planteamiento, se examinarán las perspectivas teóricas de Durkheim, Weber y Foucault, específicamente sobre las siguientes cuestiones: ¿Es la criminalidad un constructo inventado por el Estado para ejercer un control social?; ¿Es el derecho penal una herramienta de control social a través del miedo y el discurso de la seguridad o es realmente la solución definitiva a las problemáticas sociales?; ¿Son el miedo y la seguridad soluciones reales a las problemáticas sociales?

La conducta social siempre se ha movido entre los extremos de hacer lo que se quiere o hacer lo que se debe. Muchas veces éstos fines no se cruzan, sino que se oponen, por lo que se presentan conflictos. En ese orden de ideas, los seres humanos hemos inventado mecanismos para mediar en estos conflictos y evitar que su magnitud supere unos parámetros aceptables, hasta el punto de poner en peligro la vida de un conjunto de individuos. Unos de estos mecanismos es hacer uso del miedo –en especial del miedo al dolor, al castigo, a la muerte o a un ser superior– para que hacer lo que se debe y/o lo que se quiere por aquel o aquellos que usan el miedo. Un ejemplo básico y un poco inocente lo vemos cuando a un niño chiquito su mamá le pide que se porte bien de lo contrario viene un monstruo y lo asusta, siendo ella plena conocedora de que los monstruos en realidad no existen, pero ¿nace el niño conociendo el concepto de lo que es un monstruo y lo que este le puede causar? ¿O por el contrario ese concepto se va construyendo gracias a estímulos externos impartidos cultural y políticamente?

Caravaggio – Medusa

Podemos resaltar tres cosas en el ejemplo anterior: (i) El miedo no es necesariamente natural al ser humano, ya que es un concepto que se crea a partir de otros conceptos preestablecidos; (ii) la autoridad –en éste caso la madre– utiliza el miedo como mecanismo de control sobre el sujeto –el niño– para que este responda positivamente a algo que quiere; y (iii) el miedo al castigo tiene diferentes objetos (un castigo físico, un monstruo, el infierno, etc).

De éste modo, se podría retomar el concepto de “Hecho Social” para afirmar que el miedo es su manifestación más elemental. Durkheim definió los Hechos Sociales como “formas de obrar, pensar y sentir, exteriores al individuo y están dotados de un poder de coacción en virtud del cual se imponen” (Durkheim, 1895, pp. 38-39). De acuerdo con tal definición, vemos que el miedo –ya sea al Sandman nocturno, al Infierno dantesco o a una “Colombia castrochavista”– no son más que manifestaciones de formas de obrar pensar y sentir exteriores al individuo y que pretenden imponérsele para coaccionar su conducta: hacer que el niño haga las tareas, que no pequemos o que votemos por el candidato que amenaza con una antiutopía si no se le elige en las próximas elecciones.

Ésta coacción que ejerce el hecho social del miedo se puede manifestar por medio de diferentes funciones sociales, entendidas éstas como la relación de correspondencia entre los movimientos vitales de los individuos y las necesidades del colectivo social (Durkheim 1892, pp. 49). Tales funciones sociales del miedo, podemos decir, se manifiestan de diferentes maneras en función de sus esferas de acción:  i. Esfera individual o ética; ii. Esfera familiar; iii. Esfera religiosa; iii. esfera legal y iv. esfera política.

No obstante, más allá de las diferentes esferas en que se observa al miedo, se ve que éste permea todas sus esfera y construye en común de ellas una especie de conciencia colectiva cuya vida propia informa la conciencia de los individuos y regula sus conductas. Es aquí donde se constata una vez más que el control del miedo no es sólo extrínseco al individuo, porque el miedo que lo controla no viene sólo desde una autoridad que se le impone por la fuerza desde fuera, sino que ésta fuerza es interiorizada y se manifiesta en sus miedos e incluso en su sentimiento de culpa cuando sabe que actúa en contra de alguna norma. Por lo tanto, es menester entender la conciencia colectiva que coge forma en la cultura, conceptualizada esta a partir de Weber como, “tramas de significación” que el mismo hombre ha tejido para darle sentido a su realidad.

En tal contexto cultural, de acuerdo con Weber, se encuentran diferentes tipos de autoridad que ejercen su control del miedo de manera diferente. En primer lugar, la autoridad carismática, cuya base es la lealtad a una figura que suscita un respeto casi místico y arbitrario, porque no es mayor que cualquier poder terrenal, como es el caso del Dios todopoderoso y vengativo que castiga a justos como a pecadores. En segundo lugar, la autoridad tradicional teniendo como eje un componente axiológico; un ejemplo de este tipo de autoridad es la familia, como la del ejemplo de la madre que le cuenta un cuento a su hijo para inducir una conducta esperada. En tercer lugar, se encuentra la dominación legal-racional que se impone siempre a partir de leyes y normas abstractas que requieren de un sistema estatal-burocrático para conseguir su aplicación (Weber 1964).

Es en éste último tipo de autoridad en el que se muestra y se afirma que el uso de la violencia y del miedo son instrumentos bárbaros del pasado, pero luego se nos revela que le son intrínsecos y que están ocultos detrás del manto de la legalidad y de la racionalidad que en muchos casos se pretende “democrático”. Después de todo, ¿qué norma no requiere del miedo a la amenaza real o implícita de violencia para su obediencia? Quien responde ésto es Foucault, para quien las relaciones de poder permean todo el entramado de relaciones sociales desde lo privado de la sexualidad, pasando por los castigos penitenciarios y en instituciones psiquiátricas, hasta el lenguaje público de los políticos en campaña.

Lo que empezó siendo el poder represivo de las prisiones se transformó con el tiempo en el poder disciplinario, en el poder que controla lo que el individuo piensa e incluso lo que es, porque en instituciones como la escuela o la institución psiquiátrica se controla no sólo el cuerpo de los individuos, sino también sus mentes a partir de una regulación minuciosa de su tiempo a fin de guiarlo a la producción, de modo tal que el individuo que no se ajuste a éstos parámetros de “normalidad” es institucionalizado: recluido o excluído (Foucault 1986). El poder y el miedo a la coacción son el elemento esencial de los sistemas y ordenamientos de normas porque sin el miedo a la amenaza de violencia, la ley y las normas se vuelven sólo palabras.

A lo largo de éste ensayo se ha hecho un tratamiento del miedo como un medio de control social a partir de conceptualizar como un Hecho Social en términos de Durkheim. Luego, por medio de la teoría de Weber, se observó brevemente cómo las diferentes funciones sociales del Hecho Social Miedo se manifiestan de diferente manera en la regulación del comportamiento. Por último, se hizo un paralelo entre la organización racional-legal de Weber y el Poder Disciplinario de Foucault para decir que el miedo social es un hecho inescapable de la organización del Estado moderno.

Crecientemente con los escándalos de los #FakeNews, la #Postverdad y la manipulación de la opinión pública en las redes sociales, se ha venido exacerbando una actitud de duda, rechazo y desconfianza hacia diversas fuentes y actores generadores de inseguridad o miedo generalizado, los cuales pueden ser o no inventados por diversos individuos o grupos poseedores de capitales económicos, sociales, culturales y políticos, en pro de sus intereses en el aumento de dichos capitales, por medio del uso de lo que denomino el Discurso de la Seguridad. Éste advertido discurso, que evoca un poco a los Ministerios del Amor y de la Verdad orwellianos, consiste en la generación de un estado constante de zozobra en los sujetos normativos a fin de lograr de ellos una mejor lealtad u obediencia. El Discurso de la Seguridad se hace visible en la creciente desconfianza que se tiene frente a las cifras y a los medios de comunicación, los cuales han hecho pronósticos electorales errados o simplemente no son tan imparciales como se presentan, ya que ellos pertenecen a los mismos grupos que pretenden aumentar sus propios capitales políticos. No obstante, lo que lo hace más insidioso no es la mentira, sino es que se establece como un discurso legítimo de miedo equiparable a la Ley y al Derecho, pero que resulta más antidemocrático porque llama a cruzadas contra enemigos creados de la nada para generar consenso en las propias filas y reacciones que van desde la pasividad hasta la violencia más sectaria y corrosiva.

El Discurso de la Seguridad lleva a reflexionar sobre la legitimidad de las legislaciones, especialmente sobre las legislaciones más punitivas. Si bien se considera que el Derecho Penal es la última ratio de los sistemas jurídicos, bajo un régimen dominado por el Discurso de la Seguridad, se hace visible que reina un Derecho Penal del Enemigo, o sea, un Derecho Penal en el que etiquetar a una persona o grupo trae consecuencias injustas tales como la intervención del derecho penal en casos en lo que una conducta se castiga aún si ésta no vulnera el derecho de nadie, sino por el simple hecho de que esa conducta fue realizada por un individuo o grupo que se ha tachado de “enemigo”, por potencialmente peligroso. (Reyes Alvarado, 2007). La etiqueta de “enemigo” evoca la represión que Foucault describió sucede bajo el poder disciplinario del hospital psiquiátrico, por medio del cual muchas veces se patologizó a los opositores de los regímenes políticos reinantes y se les recluyó, clasificándolos bajo las etiquetas más cientificistas de una pseudosiquiatría opresivamente torturante. Efectivamente, bajo un régimen dominado por el Discurso de la Seguridad en el que el miedo es la ley, la criminalidad se vuelve nada más que el constructo inventado por el Estado para ejercer un control social que puede ejercerse ilimitadamente, como ha sucedido en los peores sistemas totalitarios a lo largo de la historia. La Ley hace al criminal, no sus actos.

Igualmente, el Discurso de la Seguridad da lugar a la creación de los mismos problemas que pretende mitigar como se ve en la creación y renovación de entes criminales que perturban y alteran el funcionamiento armónico de una sociedad; en la creación de un estado policivo que se autolegitima a través de la represión y que vive de la corrupción que es producto de la ineficacia normativa que dejan los diferentes vacíos de tipificación y mal ejercicio de los funcionarios encargados de impulsar los procesos. 

“Aquellos que sacrifican libertad por seguridad no merecen tener ninguna de las dos.” Aquella famosa frase de Benjamin Franklin funciona aquí como una advertencia y una premonición de lo que ha sucedido y puede suceder cuando el Discurso de la Seguridad convierte al miedo en Ley. A menudo se llega a pensar erróneamente, en función de las insidiosas medias verdades de la estructuras, que la seguridad es la única cura contra el miedo, pero cuando el Miedo es el medio de control social imperante por parte de aquellos que tienen el poder, el control se puede salir de control, no hay quien vigile a los vigilantes ni juez que juzgue a los jueces.

Algunos dirán que ésta elegía es propia de conspiracionistas sin fundamentos en la realidad. Ojalá fuera así, pero la historia ha demostrado los peligros que puede traer el llegar a los mayores extremos del Discurso de la Seguridad y la Ley del Miedo. No se propone aquí la fobofobia sino que se debe comprender al miedo más allá de una simple emoción que se siente cuando se ve al monstruo al interior del armario, sino también en el mayor elemento de control, más peligroso que las armas, el control de las mentes.

Dado que el discurso de la seguridad se mantiene vigente gracias a la ignorancia, por medio de la cuál se produce una renovación constante de la figura del enemigo, que mantiene en un estado de apabullamiento permanente a los súbditos de éste opresivo aparato de control. En ese orden de ideas, así como los miedos individuales van transmutando, los miedos familiares, éticos, religiosos, legales y políticos también lo van haciendo, y por esa razón para los entes de control es necesario mantener en la ignorancia a las personas. Si el conocimiento es poder, la ignorancia es impotencia. Tal como se teme lo que se desconoce, la verdad es victoria. Veritas omnia vincit.

Bibliografía.

Durkheim, E. (1895). Las Reglas del Método Sociológico. Ediciones Orbis.

Durkheim, E. (1892). De la División del Trabajo Social. Editorial Schapire.

Foucault, M. (1986). Vigilar y castigar. Madrid: Siglo XXI Editores.

Reyes Alvarado, Y. (2007). Normativismo y derecho penal del enemigo. Revista de Derecho Penal. Nº 19 Abr.-Jun. Disponible en <http://legal.legis.com.co/document?obra=rpenal&document=rpenal_7680752a8078404ce0430a010151404c> Consultado en 23.04.18.

Weber, M. (1964) Economía y sociedad: Esbozo de sociología comprensiva, Fondo de Cultura Económica, México, D. F.

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