Succubus et Incubus

Un uomo abbraccia una ragazza

Dopo che aveva pianto

Poi si schiarisce la voce

E ricomincia il canto

Te voglio bene assaje

Ma tanto, tanto bene sai

È una catena ormai

Che scioglie il sangue dint’e vene sai

Un ser más sabio pero más esquivo que yo escribió una vez una parábola que podría resolver la del Puercoespín y es aquella del Topo vs el Pescado, en esta, dijo que no entendemos el valor del amor, porque pensamos que este se da por sernos escaso, cuando como Topos o como pescados en la pecera de David Foster Wallace, no vemos que estamos rodeados de él y por tanto lo profanamos por no hacer el esfuerzo de siquiera entenderlo, por más pura que fuera el agua como la purificada por el padre de Hector Abad (otra película que no nos vimos). L’amore non ci manca, noi manchiamo all’amore.

Resuelve la paradoja del puercoespín, porque implicaría que la cercanía al otro, –que muchas veces es tan dolorosa como una de sus púas, pero tan necesaria para darnos calor en noches frías como esta que empaña la ventana de nuestra destartalada residencia, aún dejando entrever mensajes cuya efimeridad es inmanente– resulta algo inevitable y que nos rodea, pero que en lugar de punzarnos cual lanceta de glucómetro por estar cerca a ella, nos ahoga por no estar conscientes ni entender que nos abriga del frío de la desoladora separatidad de una vida que cada día quema sus velas hacia la muerte:

«Desde el nacimiento hasta la muerte, de lunes a lunes, de la mañana a la noche: todas las actividades están rutinizadas y prefabricadas.

¿Cómo puede un hombre preso en esa red de actividades rutinarias recordar que es un hombre, un individuo único, al que sólo le ha sido otorgada una única oportunidad de vivir, con esperanzas y desilusiones, con dolor y temor, con el anhelo de amar y el miedo a la nada y a la separatidad?» (Fromm, E. El Arte de Amar., p. 27)

Sin poder todavía responder esas preguntas de Erich Fromm, yo habría sustituido el topo por un Cangrejo, que si bien está rodeado del agua que no ve y en el cual los Pisces nadan tan graciosamente con total libertad, el Cancro se refugia por narciso miedo en su caparazón donde resuena el canto de la ninfa Echo, el cual muda por uno más grande y duro cada vez, para crecer en su oscuridad su deliciosa y blanda carne para las empanadas sanandresanas que una vez Le mencioné, pero que nunca probamos juntos, tal como muchos placeres perdidos entre el desorden de la mudanza que nos separó. Nunca se encontrará el cuchillo sacrificial que dé fin al absurdo.

Mientras que el amor nos acerca; el odio nos separa sin importar las cercanías, tal y como dijo mejor Ortega y Gasset (1971, p. 35) en sus Estudios sobre la materia que hoy nos afasta:

«(…) Diremos pues que el amor fluye en una cálida corroboración de lo amado y el odio segrega una virulencia corrosiva.

Esta opuesta intención de ambos efectos se manifiesta en otra forma: en el amor nos sentimos unidos al objeto. ¿Qué significa esta unión? No es, por sí misma, unión física, ni siquiera proximidad. Tal vez nuestro amigo -no se olvide la amistad cuando se habla genéricamente de amor- vive lejos y no sabemos de él. Sin embargo, estamos con él en una convivencia simbólica -nuestra alma parece dilatarse fabulosamente, salvar las distancias, y esté donde esté, nos sentimos en una esencial reunión con él. Es algo de lo que se expresa cuando, en una hora difícil, decimos a alguien: Cuente usted conmigo -yo estoy a su lado-; es decir, su causa es la mía, yo me adhiero a su persona y ser. 

En cambio, el odio -a pesar de ir constantemente hacia lo odiado- nos separa del objeto, en el mismo sentido simbólico; nos mantiene a una radical distancia, abre un abismo. Amor es corazón junto a corazón: concordia; odio es discordia, disensión metafísica, absoluto no estar con lo odiado. »

Tal vez eso es lo que pasa con las aladas Diosas de la Discordia , quienes volando se fueron dejándonos su manzana dorada en la mesa de la memoria, para que el recuerdo de ellas nos genere la discordia original de no haber sido capaces de valorar Su amor, más aún en la distancia, sino solo siendo Sus peregrinos sin necesitar que Ella volviera para salvarnos lejos de la infecta perdición de nuestros egoístas impulsos en busca de noches de placeres difusos e insomnios obtusos con terceros sin mejor derecho. Eso es lo que más trasnocha: la mancanza de haber dejado el todo por la nada, remaneciendo el sendo abismo insondable que nos degrada, nos disipa, nos acaba y nos trenna uno del otro, por un lado, a la Diosa en súcubo unicornio de vanidad virtuosa los martes y miércoles; y, por el otro, al hombre de ojos de perro grisazul en íncubo peludo, en fenómeno similar al vivido por el bigotón autor del siguiente aforismo:

«El que lucha con monstruos debe tener cuidado para no resultar él un monstruo. Y si mucho miras a un abismo, el abismo concluirá por mirar dentro de ti» (Más Allá del bien y del Mal, #146)

La cama sigue vacía. Ya no espera ni sustituye lo perdido, porque el frío de estar sólos fortalece el corazón disecado al tiempo que emagrece al desaparecido esposo, paralelo al Schnauzer de mirada triste que tenía abandonado al alba de su disolución en pelos eternos, como los rosa que emergen de tanto en tanto aún en el 206: todos enredados entre la maraña de negros o en los lugares recónditos de un cajón que ya no le hace honra al nombre que tuvo una vez estuvo lleno de todo lo que nos acompañaba en nuestras jornadas de home office furtivo y feral, con voces diabéticamente empalagadoras de fondo. No se niega que igualmente ha intentado recurrir a medicamentos genéricos, dentro de los cuales sólo ha encontrado un ácido de dosis única, el cual resultó cáustico al contacto con la sábana e ilegible bajo la lupa que muy bien leyó las páginas abiertas de la Viuda, hoy rasgadas como el diario que tampoco completamos con agradecimiento por los días que pensamos serían suficientes para ser hogar y seguir con nuestros sueños. No obstante, ningún otro medicamento de efecto rápido ha vuelto a ser tomado en este lecho del hogar que una vez fue permanente y ahora es apenas de paso para los íncubos vagabundos en búsqueda de nuestra súcubo. 

Amor, ch’al cor gentil ratto s’apprende,

prese costui de la bella persona

che mi fu tolta; e ‘l modo ancor m’offende. 102

Amor, ch’a nullo amato amar perdona,

mi prese del costui piacer sì forte,

che, come vedi, ancor non m’abbandona. 105

Amor condusse noi ad una morte.

Caina attende chi a vita ci spense”.

Queste parole da lor ci fuor porte. 108

Alighieri, Divina Commedia, Inferno. V. 102-108

P.S. Sono qui. Ti aspetto. Ti voglio bene. Ti voglio vedere un’altra volta. Non posso vivere piú cosí senza di te. Ti ho fatto male, ma vivero per farte bene se me lasci. Stesso se non sei con me. Brucia dopo aver letto. Ma bruciami con il tuo amore, Mia-Dea=Madea=Medea. Non la busta.

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Una respuesta a “Succubus et Incubus

  1. La alcachofa en realidad es una flor comestible desarrollada en el interior del bulbo, denominada corazón, que viene siendo la parte más tierna y sabrosa de la alcachofa. Aquellos qui ont un coeur d’artichaut pueden ser utilizarse en la elaboración de medicamentos genéricos para múltiples usos como, por ejemplo, alivianar los molestos síntomas del mal de amores. Solo hay que percatarse de que no salga ácida y de no consumirla más de una vez, ya que puede dañar las sábanas, el estómago y hasta causar irritaciones. Bon appétit!

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