Archivo mensual: May 2018

Reseña de La Nueva Lucha de Clases: Los refugiados y el terror por Slavoj Žižek (2016)

 

Por TM y DMG  aka Alabama Monroe

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Creo que Žižek en su estilo de iconoclasta estaría opuesto a que en español –un idioma en el que no hay carones o anticircunflejos ⟨ ˇ ⟩ sobre las Z como en el apellido del filósofo (Ž)– se escribiera su nombre como a menudo se calca del esloveno. Creo que Žižek querría que su nombre se escribiera como “Chichec”, tal y como se pronuncia, sin mitificaciones ni extranjerismos que exotizan. Ya que es así como hay que hablar las cosas para “Chichec”: sin tabúes y como son. A pesar de ésto, mantendré el nombre de Žižek tal y como se ha mercadeado. ¡Qué paradójico, que para un autoproclamado “marxista” y un “iconoclasta”, que sus libros se vendan en el mercado mundial y su nombre se vuelva un ícono!

Difícil es no leer La nueva lucha de clases: Los refugiados y el terror (2016) sin imaginarse los constantes tics del filósofo que toca repetidamente su nariz, se arregla repetidamente su camiseta que dice “I would prefer not to” (Preferiría no) con su manera de hablar saltando de un tema a otro repentinamente, cuenta uno que otro chiste o recuerda una que otra historia graciosa, “and so on and so on”, –como acostumbra decir cuando no quiere alargarse con enumeraciones–; pero siempre guardando relación con la tesis que está exponiendo: la verdadera amenaza al “estilo de vida occidental” no son los inmigrantes, sino las dinámicas del capitalismo global (p.26).

Para tal fin, por ejemplo, comienza su obra por medio del diagnóstico de los cinco estados del duelo que padecen los pacientes terminales al saber que les queda poco de vida. Con éste ejemplo un poco oscuro, el autor muestra los discursos políticos respecto del terrorismo y la inmigración masiva, como si fueran las respuestas atormentadas de un enfermo de cáncer en las últimas etapas de su enfermedad: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación.

En el primer capítulo de su libro, El Doble Chantaje, se ve el por qué Žižek incomoda a la izquierda porque es capaz de hablar honestamente y decirles que ellos lo tienen todo mal cuando se trata de los migrantes y que sus “buenas intenciones” no han hecho más que empeorar las cosas y hacernos víctimas de chantajes ideológicos por parte de los “liberales de izquierda”, que defienden a los migrantes por un lado; o por los “populistas antinmigración”, que ven en los migrantes africanos y árabes un problema para el “estilo de vida occidental o europeo”:

“¿Qué hacer, entonces, con los cientos de miles de personas desesperadas que aguardan en el norte de África o en las costas de Siria, que huyen de la guerra y el hambre e intentan cruzar y encontrar refugio en Europa? Nos encontramos aquí con dos respuestas principales que representan las dos versiones del chantaje ideológico cuyo objetivo es conseguir que nosotros, los destinatarios, nos sintamos irremisiblemente culpables. Los liberales de izquierda expresan su indignación ante el hecho de que Europa permita que miles de personas se ahoguen en el Mediterráneo: suplican que Europa muestre su solidaridad abriendo las puertas de par en par. Los populistas antiinmigración afirman que deberíamos proteger nuestro modo de vida y dejar que los africanos y árabes solucionen sus problemas solos. Ambas soluciones son malas, pero ¿cuál es la peor? Parafraseando a Stalin, las dos son las peores.

Los mayores hipócritas son aquellos que defienden abrir las fronteras: en su interior saben perfectamente que eso nunca ocurrirá, pues impulsaría una revuelta populista instantánea en Europa. Van de almas bellas que se sienten superiores al mundo corrupto mientras en secreto participan en él: necesitan este mundo corrupto, pues es el único terreno en el que pueden ejercer su superioridad moral. El motivo por el que apelan a nuestra empatía hacia los pobres refugiados que huyen a Europa lo formuló hace un siglo Oscar Wilde en las líneas iniciales de su obra ‘El alma del hombre bajo el socialismo’, donde señaló que “en el hombre resulta mucho más fácil suscitar emociones que inteligencia” (p.14).

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Con ésto, Žižek advierte que la actitud de idealizar o de romantizar a los refugiados por parte de la izquierda liberal es más preocupante que los “partidos populistas de la derecha” porque no permiten ver claramente los aspectos incómodos de la “crisis de los refugiados”: los contrastes entre los valores occidentales y los de los miles que llegan a Europa desde África y Medio Oriente; la amenaza del terrorismo por parte de los migrantes; y las inevitables tensiones generadas por la competencia por empleos y recursos. Todo esto está relacionado entre sí.

Cuando la izquierda, por ejemplo, minimiza diciendo que los ataques terroristas como el ocurrido el 13 de noviembre de 2013 en París no fueron llevados a cabo por “verdaderos musulmanes” o se hacen acuerdos comerciales con países que apoyan o fomentan el terrorismo islámico en pro de sus propios fines geopolíticos, como Arabia Saudí; o se le entrega dinero a Turquía para “frenar el flujo de refugiados”; se termina trivializando la “guerra contra el terrorismo” y se cae en el chantaje ideológico que ubica a Europa en medio de extremos ideológicos y geopolíticos:

Este confuso contexto deja bien claro que la “guerra total” contra el EI no se debería tomar en serio: los grandes guerreros no van a por todas. Sin duda nos hallamos en medio de un choque de civilizaciones (el Occidente cristiano contra el islam radicalizado, pero de hecho los choques ocurren dentro de cada civilización: en el espacio cristiano tenemos a Estados Unidos y Europa occidental contra Rusia; en el espacio musulmán tenemos a los sunitas contra los chiitas. La monstruosidad del EI sirve como fetiche para encubrir todas estas luchas, en las que cada bando finge combatirlo para golpear a su auténtico enemigo.” (p.10)

Al mismo tiempo, la “nueva lucha de clases” del título pareciera ser para el autor la disrupción “esporádica” en la vida privada de los países del primer mundo a causa de la violencia terrorista que, gracias al capitalismo y a la globalización, los ubica al interior de una “cúpula” o al interior de un Palacio de Cristal –asemejando al Crystal Palace de la exposición universal de 1851 en Londres– que es visible para todos los que quedan afuera y que no pueden entrar por el hecho de haber nacido afuera. No obstante éste apacible “mundo interior del capital” –como reza el título de la obra de Peter Sloterdijik que cita Žižek (2016, p. 11)– es interrumpido ahora por el flujo de refugiados y por los ataques terroristas esporádicos, pero que para ellos son cotidianos.

No significa tampoco que se haya de sucumbir a los sentimentalismos que llevan a pensar que para solucionar el problema de los refugiados se tenga que decir, “¡Vengan todos los refugiados y todos los pobres del mundo!” –lo que posiblemente daría lugar a una revolución populista en Europa y así a su fin. Hay que entender que Žižek no quiere simplemente hacer un exámen diagnóstico del problema de los refugiados y de la respuesta que frente a esta se tiene en la cultura occidental, sino que pretende apelar a transformar la sociedad para que no sea necesario que más personas tengan que irse como refugiadas a otros países. Esto tampoco significa que se tenga que abolir el capitalismo y el libre mercado, sino que asuntos como la ecología o las migraciones de refugiados no deben estar supeditadas a los caprichos del libre mercado y del capitalismo global, como lo que permite el acuerdo ATCI (Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión), que supedita a los gobiernos a tomar decisiones que “no proceden del gobierno europeo”, obedeciendo las palabras de la comisaria de comercio Cecilia Malmström. Un efecto de estas políticas se ve, por  ejemplo, en cómo las cuestiones sociales o medioambientales terminan siendo dictadas por las corporaciones e inversores extranjeros para que no afecten sus intereses ni beneficios cuando se les permite demandar a los Estados a través del ADIS (Arbitraje de Diferencias Inversor-Estado). El autor ilustra este proceso en el título del capítulo, Un descenso al maelstrom, a partir del remolino gigantesco del relato de Poe de 1841 (p.21) como una analogía del capitalismo que se lo traga todo, incluso a la cultura y los efectos que puede traer para Europa (y posiblemente para el resto de lo que se conoce como occidente).

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Para éste filósofo que se autoproclama un pesimista y, por lo tanto, un negativista, la problemática del terrorismo y de la bien o mal llamada “crisis de los migrantes” en Europa, no se puede entender ni explicar en el presente entorno de lo políticamente correcto que la izquierda ha pretendido sembrar alrededor del tema, porque esto ha dado lugar a que se cristalicen los tabúes y que los partidos populistas de derecha se fortalezcan. Y esto es precisamente algo que incomoda a la izquierda respecto de sus ideas. De hecho, en el segundo ensayo, Romper los tabúes de la izquierda, el autor identifica los tabúes izquierdistas –“actitudes que hacen que algunos temas se conviertan en intocables y sea mejor dejarlos en paz” (p.23)—partiendo del primero, que es: la idea que todos los puntos de vista, incluso el punto de vista del enemigo se han de escuchar sólo por pensar que el enemigo es como una víctima más que no ha sido escuchada.

El segundo tabú que invita a desterrar es la equiparación que hace la izquierda de los “valores europeos” con el “colonialismo eurocéntrico”, porque  —más allá de “la responsabilidad (parcial) de Europa en la situación de la cuál huyen los refugiados” (p.25) —, en el nuevo orden del capitalismo mundial, son precisamente estos “valores europeos” —igualitarismo, derechos fundamentales, estado de bienestar— los que podrían ser usados para enfrentarse contra la globalización capitalista, que en el presente toma la cara de un capitalismo asiático, organizado siguiendo los que él llama “valores autoritarios”.

El tercer tabú que invita a abandonar es “la idea de que la protección de nuestro modo de vida es en sí misma una categoría protofacista o racista” (p.26) que dice, “si protegemos nuestro modo de vida, abrimos la puerta a la oleada antinmigración que campa por toda Europa”, puesto que desvía los ojos del capitalismo global como la verdadera amenaza y lo ubica en aquellos que proponen una “protección de nuestro modo de vida”, ignorando así las verdaderas preocupaciones de la gente común y radicalizándolas al punto de poder caer en el discurso propuesto por los “populistas antiinmigración”, que para Žižek, “supone una amenaza mayor que todos los migrantes juntos” (p.27).

El cuarto tabú que denuncia el autor es que toda crítica del Islam sea tachada, satanizada o criminalizada de “islamofóbica” y de justificar la violencia que los críticos del Islam provocan en contra de ellos mismos por “islamofóbicos”, porque la excesiva tolerancia que practican quienes ven en el modo de vida musulmán como una alternativa al capitalismo global, además de generar más exigencias de tolerancia por parte de los musulmanes, no ofrecen nada más que el modelo capitalista de países fundamentalistas islámicos como Arabia Saudí o Emiratos Árabes, los cuales en palabras de Žižek, son de los países “más integrados en el capitalismo global” y ni siquiera la versión “moderada” del Islam es una verdadera alternativa.

El quinto y último tabú que contradice Žižek es creer como preferible en las sociedades laicas europeas que se practiquen las religiones de manera “moderada” o no sincera a un fanatismo religioso “fundamentalista” o sincero, porque la práctica fundamentalista de una religión, como su versión moderada pueden ser igual de violentas, como cuando se justifican posiciones políticas en términos religiosos como la justificación del Estado de Israel con base en el Antiguo Testamento (p.32).

Precisamente en El obsceno envés de las religiones, presenta invita a hacer una crítica paralela de los peligros que puede traer tanto el fundamentalismo judío, como el cristiano y el musulmán. Un ejemplo del primero, se vio en el capítulo anterior en la justificación religiosa con base en apartes del Antiguo Testamento del Estado de Israel, los cuales si son leídos fuera de contexto pueden llegar al extremo de justificar el genocidio Palestino, asemejándose al de los Cananeos; del segundo tipo de violencia ritual, puede observarse en la violencia institucional que encubrió casos de pedofilia en la Iglesia Católica, como el caso de Jimmy Saville; un ejemplo del último fundamentalismo, son los sucesos de Rotherdam, en los que miembros de bandas pakistaníes sometieron a al menos 1400 menores a una explotación sexual durante varios años. Tal explotación sexual estuvo encubierta por el miedo a que los investigadores fueran considerados “racistas” en un ambiente político en que la izquierda intentó distraer la atención de los factores raciales detrás del crimen o excusando a los perpetradores por ser de una minoría discriminada y echando en cara los casos de pedofilia (Saville), demostrando con todo esto el racismo encubierto en el antirracismo, “pues de manera condescendiente trata a los pakistaníes como seres moralmente inferiores a quienes no habría de aplicar nuestros criterios morales” (p. 37). En todo caso, para Žižek se tiene que criticar todo fundamentalismo religioso y toda violencia institucional o ritualizada devenida de ellos de manera equivalente.

En Violencia Divina, el autor retoma la “violencia divina” de Walter Benjamin, entendida ésta como una violencia sin un objetivo político específico, pero con un potencial destructor excesivo como una forma de poder pretender entender –evitando toda “tentación hermenéutica” o afán de explicación–  la violencia y destrucción de las manifestaciones del #BlackLivesMatter en Ferguson, en los Banlieues de París o los “palestinos que apuñalan a israelíes con cuchillos”.

La violencia terrorista no se da en un vacío, sino que interactúa con las misma s dinámicas del capitalismo global y de las intervenciones militares, que juntas producen los movimientos masivos de masas de refugiados, que para ser analizados precisa de La Economía Política de los Refugiados. Se resaltan por Žižek, particularmente, las intervenciones militares en Irak, Afganistán, Libia, Siria y el oculto conflicto “étnico” en el Congo, pero que no es más que el fruto de la intervención de corporaciones extranjeras que buscan explotar sus recursos naturales indispensables para las altas tecnologías; o los efectos del capitalismo global en las economías locales alrededor de la agricultura, provocando una “crisis alimentaria” en países tales como Haití y Etiopía. En ambos casos de Intervenciones Militares o Capitalismo Global, bajo la forma de “Colonialismo Económico”, los poderes locales se degradan en los “Estados Fracasados” de los que sale el flujo de migrantes. A pesar de ésta responsabilidad que se le imputa comúnmente a Europa, Žižek ve que ésta no es plena y ve que la “Crisis de los Refugiados” hace parte de un juego geopolítico planificado que se adecúa a la división de clases del mundo árabe que es ocultada por la forma en que los medios de comunicación presentan la “crisis de los refugiados”, fuera de todo contexto político aparte de la “guerra y la devastación” que los trae a las costas griegas. El contexto geopolítico que queda fuera del panorama presentado por los medios es uno en el que hay profundas divisiones de clases en el mundo árabe, de manera tal que los países ricos (Arabia Saudí, Kuwait, Qatar, los EAU), a diferencia de los no tan ricos (Turquía, Egipto, Irán, etc.), son los países que son reacios a aceptar refugiados, pese a ser vecinos y tener cercanías culturales con los refugiados (p.59) o, a en muchos casos, ser instigadoras y beneficiarias de las crisis que generan los flujos de refugiados que no aceptan, ya sea porque financian a los grupos “terroristas” que desestabilizan la región; o porque se benefician en común del flujo de mano de obra barata que trabaja en condiciones que podrían calificarse como esclavitud. En Europa, el capitalismo global da pie a la esclavitud conformada por una mano de obra barata que es cada vez más protestada por parte de los trabajadores locales, quienes para Žižek ven en los “populistas antiinmigración” una voz a sus inconformidades.

La “nueva era de esclavitud” que se ha generado por la “crisis de los refugiados” desenmascara, para Žižek en De las guerras culturales a la lucha de clases… y viceversa, una paradoja al interior del capitalismo global:

La manera en que el universo del capital se relaciona con la libertad de movimiento de los individuos es, por tanto, inherentemente contradictoria: necesita individuos «libres» como mano de obra barata, pero al mismo tiempo necesita controlar sus movimientos, pues no se pueden permitir las mismas libertades y derechos para todos” (p. 64).

Ésta es una vez más la “la cúpula” a la que Žižek hizo referencia anteriormente para designar un sistema absolutamente ordenado de división entre aquellos al interior de la “casa de cristal” que dejaba por fuera a todas aquellas víctimas de la violencia cotidiana no sólo del terrorismo, sino también de la pobreza, el hambre e incluso de las catástrofes naturales. Ahora habla aquí de “nuevas formas de apartheid” entre quienes tienen libertad de movimiento, como los ciudadanos de la Unión Europea dentro del espacio Schengen; y los refugiados que llegan por centenares de miles a las costas europeas, naufragando muchos en el proceso, a engrosar las filas de la nueva esclavitud que mueve con más libertad a las mercancías. ¿Será que ahora los migrantes son mercancías?, sería una pregunta que Žižek podría invitarnos a hacernos, pero no lo hace. No textualmente.

Lo que sí hace analizar en términos lacanianos la distancia deseo-objeto de deseo entre el imaginario de Europa y la Europa a la que efectivamente llegan los inmigrantes para desenmascarar el tabú de que los migrantes se integrarán sin más a una Europa, que reproduce, a su manera, las mismas dinámicas y divisiones de clase del Medio Oriente que desconocen (p. 65). Los conflictos de clases se desplazan a formar los conflictos culturales, los cuáles dividen en enemigos a los que en otros contextos serían aliados naturales. Para ilustrar esto, Žižek dice que,

(l)a lucha feminista se puede articular en una cadena con la lucha progresista por la emancipación, o puede funcionar (y de hecho funciona) como una herramienta ideológica de las clases medias altas para afirmar su superioridad sobre las clases bajas «patriarcales e intolerantes». Y la cuestión aquí no es sólo que la lucha feminista se puede articular de diferentes maneras con el antagonismo de clase, sino que el antagonismo de clase se inscribe aquí de una manera doble: es la constelación de la propia lucha de clases lo que explica por qué las clases altas se apropiaron de la lucha de clases lo que explica por qué las clases altas se apropiaron de la lucha feminista. (Lo mismo se puede decir del racismo: es la dinámica de la propia lucha de clases lo que explica por qué el racismo directo es tan potente entre los trabajadores blancos de las clases más bajas. La lucha de clases es aquí la ‘universalidad concreta’ en el sentido estricto hegeliano: al relacionarse con su otredad (otros antagonismos) se relaciona consigo mismo, es decir que (sobre)determina la manera en que se relaciona con otras luchas” (p.71).

De éste modo, los conflictos culturales como el que se presenta por ejemplo entre los liberales laicos y los fundamentalistas religiosos, particularmente los de corte liberal; enmascaran la subyacente lucha de clases al disfrazarla de un choque de civilizaciones, dejando por fuera las preocupaciones de la gente común o, peor aún, culpándolas de la situación en que se encuentran los refugiados, algo que radicaliza sus prejuicios, acercándolos así a los “grupos populistas antiinmigración”, a los que Žižek tanto ve como una amenaza mayor al estilo de vida europeo que los mismos refugiados.

Y no es esa la única amenaza. En ¿De dónde procede la amenaza? se pregunta el autor en su octavo capítulo y nos presenta una respuesta de la mano de la reflexión cinematográfica. Primero en la película Junction 48 —de Udi Aloni— expone que la amenaza viene de dentro: de dentro de las comunidades de palestinos que practican los homicidios de honor a mujeres de su propia comunidad y que amenazan con la violencia o la expulsión del grupo a quien se atreve a criticar esta práctica, porque juega en favor de la idea sostenida por el invasor (Israel) para justificarse de que los palestinos son bárbaros y atrasados al llevar a cabo homicidios de honor. Por último, en la película Malcom X —de Spike Lee— la solución a éstas amenazas viene de dentro: la liberación de los negros viene de dentro de la comunidad. En ninguno de los dos ejemplos se necesita la intervención incómoda y condescendiente, que oculta, tras un manto de solidaridad y de universalidad de la moralidad de los derechos humanos, una idealización y un colonialismo del otro. No obstante, previene Žižek que no hay que caer en el otro extremo de pensar que el multiculturalismo y el anticolonialismo son ideales, porque se “encubre los antagonismos que hay dentro de cada uno de esos modos de vida en concreto, y justifica actos de brutalidad, sexismo y racismo como expresión de un modo de vida concreto que no tenemos derecho a medir con «valores occidentales» extranjeros” (p. 77).

En el caso de Europa, la amenaza y la solución viene de dentro, recalca Žižek. Específicamente, “el problema no son los extranjeros, sino nuestra propia identidad (europea)” (p.82), fundacional de la ideología unificadora detrás de Pégida, del Brexit o de los partidos de derecha antiinmigración europeos. El autor trae a colación a Victor Orban, quien se opone a la “democracia liberal consumista y multicultural”, por un lado; pero por el otro propende por un “capitalismo con valores asiáticos” y defiende la eventual sustitución de la democracia por un sistema político “imprescindible para nuestra supervivencia económica” (p. 80). Por otro lado, basado en una noticia de broma como si fuera de Actualidad Panamericana, pero que revela que en la idea antiinmigración subyace una fantasía nativista por la cuál cada grupo étnico tiene una “Nativia”, o sea, el lugar al que “(…) pertenecen las personas que nos molestan” (p. 83). Idea que ya se ha utilizado anteriormente con otro nombre para justificar el Apartheid en la forma de “bantustanes”, reservas para los “bantúes”, esto es los habitantes negros a quienes eventualmente se les daría la “independencia” para volver a sus territorios al quitárseles la ciudadanía y reservarlos en lugares arbitrariamente escogidos por no contener recursos naturales importantes. Al final de éste capítulo, se hace una pregunta definitiva: “(…) si un estado palestino surgiera en Cisjordania, ¿no sería precisamente un bantustán, y su «independencia formal» no serviría para liberar al gobierno israelí de cualquier responsabilidad con respecto al bienestar de la gente que viviera allí?” (p.84).

Otra fantasía bienintencionada que puede derivar en atrocidades es, para el filósofo, aquella del “prójimo”. En Los límites de amor al prójimo Žižek sospecha en contra de la idealización posmoderna que coloca al Prójimo, al otro, en un pedestal. En el afán globalizador de acercar a todos, se ha olvidado los conflictos e incompatibilidades que pueden estar subyacentes y llegar a hacerse latentes entre muchos individuos y grupos. Por ejemplo, en un afán humanizador de todo, se pueden justificar crímenes como la demolición de una casa de palestinos en el 2003 arguyendo que lo hicieron con amabilidad, ya que ayudaron a sacar antes los muebles y enseres de la casa, como si esos actos que se presentan como “humanos” pudieran minimizar la gravedad de los actos.

De hecho, para el esloveno no sólo el Prójimo es un abismo infranqueable, sino el propio individuo es infranqueable para sí mismo. Por lo tanto, en el momento en que comprende que no se puede comprender a sí mismo, es que es posible que haya un acercamiento con el otro. El acercamiento con el otro no se puede hacer basado en una simpatía o en una comprensión impuestas, sino en ver que el Prójimo es tan inhumano como lo soy yo. ¿Y cómo se hace eso? Žižek plantea jocosamente que la burla es una forma de acercarnos mutuamente, al reírnos de la “mutua falta de (auto)comprensión”, que puede incluir las bromas más políticamente correctas. Por eso no basta simplemente en proclamar condescendientemente “los pobres son buenos porque son pobres”, sino en entender que los pobres o los refugiados son como nosotros porque son más o menos igual de malos, un poco igual de violentos, tal vez igual de humanos y en lugar de ayudarlos por lástima o

“(…) compasión hacia su sufrimiento (…) deberíamos ayudarlos porque es nuestro deber ético hacerlo, porque no podemos no hacerlo si queremos seguir siendo personas decentes, pero sin ese sentimentalismo que se rompe en el momento en que comprendemos que la mayor parte de los refugiados no son «personas como nosotros» (no porque sean extranjeros, sino porque nosotros mismos no somos «personas como nosotros»)” (p.95).

The Hateful Eight es la película de Tarantino; Los Odiosos Mil en Colonia es el penúltimo capítulo del libro, en el cuál nos recuerda los ataques sexuales en la noche de año nuevo del 2015 en Colonia para traer a colación una vez más la idea que venía del anterior capítulo de que el sufrimiento a las peores pruebas (la enfermedad, la pobreza, la muerte) no es causa de redención ni nos hace milagrosamente capaces de una mejor moralidad. Apenas son la encarnación de diferentes tipos de subjetividad: el del sujeto liberal-democrático de clase media “civilizado” occidental, los refugiados-migrantes que anhelan integrarse en el sueño de occidente y los nihilistas facistas (p.97). A menudo se piensa que los ataques terroristas del ISIS son una expresión de fundamentalismo islámico, pero más allá de eso son en el fondo las muestras de una violencia de clase encubierta por el miedo inherente a la ideología de la clase media occidental, la cual al mismo tiempo que postula la superioridad de sus valores morales universales, teme ser reemplazada por los excluidos por la producción y el consumo del capitalismo global. Pero ese reemplazo es muy poco probable y la violencia terrorista no tiene un potencial revolucionario, sino que es “una pura expresión de la pulsión de muerte” (p.99) que se fundamenta en la envidia facista del migrante excluido por el capitalismo, y que se subjetiva (enmascara) en los discursos religiosos.

Desafortunadamente, cuando los medios reportan, ocultan este hecho por sus ánimos de mostrar en la mejor luz a los refugiados. Los muestran ya sea como seres ejemplares y civilizados o como brutales incivilizados, sin especificar que lo que en unos es una expresión de su clase media “civilizada” en los otros es una expresión exagerada de la brutalidad propia a fin de chocar a las clases medias que en su recato no toleran una revolución armada directa. El punto, recalca Žižek, “(…)no consiste en enseñarles lo que ya saben, sino en cambiar su envidia y agresividad vengativa”, ya que así es como van a obtener la verdadera libertad y protección de sus derechos, en lugar de la persecución represiva.

¿Qué hacer? Es la última pregunta que se formula el autor, mas no contentaría a los izquierdistas anarquistas por sus propuestas. Coquetea por un segundo con la militarización y seguidamente ve como utópica la consigna de “¡Abajo las fronteras!”. De hecho, formula la imposibilidad de la ausencia de control para el “estado de emergencia” que se cierne sobre Europa en caso de que se de paso libre y desorganizado a miles de personas. De tal modo que propone que las normas de inmigración sean claras y explícitas para conciliar las intenciones de los refugiados de entrar y la capacidad de acogida; algo que se ve truncado cuando los estilos de vida de las diferentes comunidades chocan, dada la falta de normas o presupuestos básicos europeos que serían inmodificables, so pena de aplicar la fuerza de la ley. De esto se trata, para Žižek, el conflicto entre las culturas.

Sin embargo, nos advierte no caer en la pregunta capciosa de cuán tolerante se puede ser, porque eso nunca será suficiente dado que se dejarán de aplicar los valores considerados como fundamentales en una lucha contra el capitalismo global, en el que ls refugiados son parte del precio que se paga. Pero el verdadero precio viene de la destrucción de los vínculos y de las locales, tradicionales y autosuficientes que arrancó la colonización. Ahora, el paradigma es diferente y la solución a los problemas del medio ambiente, las crisis económicas, los conflictos globales, etc. Sólo pueden ser solucionadas ahora gracias a la cooperación global en un mundo global  que protegen los bienes comunes de la humanidad y que en otras épocas, erróneamente o no, se habrían considerado como soluciones comunistas: el bien común de la cultura (capital cognitivo: el lenguaje, infraestructura compartida de transportes, electricidad, correos, etc), de la naturaleza exterior (amenazada por la polución y la explotación), de la naturaleza interior (la herencia biogenética de la humanidad) y de la propia humanidad (pp. 119-121). Bienes en peligro por el capitalismo generador de nuevas formas de apartheid superables sólo a través de la solidaridad global. “Quizá sea una utopía, pero si no luchamos por ella, estaremos realmente perdidos, y merecemos estar perdidos”, concluye el siempre negativo de Žižek. Habrá de verse si tiene finalmente la razón.

 

Bibliografía.

Žižek, Slavoj (2016). La nueva lucha de clases. Los refugiados y el terror. Barcelona: Anagrama .

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