15 Millones de Méritos y el Big Data: Cibercultura e Hiperculturalidad

Spoilers.

Tanto en el capítulo de Black Mirror “15 Millones de Méritos” (15 Million Merits) como en la noticia sobre la filtración de datos de Facebook a Cambridge Analytica para influir en la elección de Trump y del Brexit, la interactividad comunicativa y la interactividad selectiva son decisivas en el establecimiento de una cibercultura hegemónica, que se erige no sólo como un sistema (bio)político que no sólo pretende determinar la manera en la que interactuamos y nos construimos como individuos y como sociedad, sino que también ejerce su poder sobre la vida misma e incluso sobre la realidad.

En primer lugar, definir qué es “cibercultura” es difícil puesto que no es muy esclarecedora aquella dada por Fuchs (2008, p. 299) y citada por el profesor David Baracaldo en el documento incitador de este texto (Salinas & Thompson, 2011, p. 7): “Es un sistema dialéctico en el que la acción cultural y las estructuras culturales se conectan en línea”. De esta definición, literalmente traducida, se desprende su opuesto, que “cultura” es un sistema dialéctico en el cual la acción cultural y las estructuras culturales no están en línea. En la definición no se identifica qué es la cultura a secas, la cultura cuando no está seguida del prefijo ciber-, que implica un mundo creado por medios informáticos en contraposición a un mundo real que para existir no requiere de ningún tipo de mediación.

Definir qué es “cibercultura” también es difícil, porque el término “cultura” es muy ambiguo y tiene dos acepciones en el lenguaje corriente: por un lado tenemos la cultura relacionada con todo lo del arte, la literatura, la educación, etc. todo lo que es producto del intelecto humano, que nos haría diferentes de los animales; y por el otro los estilos de vida que diferencian a unos grupos humanos de otros (otras naciones, otros grupos étnicos, otras clases sociales, etc.) Sea cual sea, la definición de cultura, ésta siempre es politizada (Lobo, 2002) y siempre se construye como un sistema jerárquico que niega al otro: el culto es culto porque no es inculto, nuestra cultura es nuestra porque no es la de ellos, lo de nosotros es cultura mientras que lo de ellos es mero folklore, etc.

Por lo tanto, la definición de cultura y con ella de ciber-cultura, no es una definición natural y, mucho menos neutral. La noción de cultura es politizada, especialmente si tomamos como clave de la definición anterior el término “dialéctico”, el cual implica que la cibercultura es “un sistema estructurado en la sociedad moderna, por antagonismos y luchas.” (Salinas & Thompson, 2011, p. 7). Es más, la cultura, entendida en su acepción artística e intelectual es politizada según el profesor Gregory Lobo, citando a Bourdieu, porque los productos culturales se distribuyen en función a los diferentes bienes simbólicos y los intereses dominantes de la economía cultural. Análogamente, la cultura en su segunda acepción de estilo de vida específico se encuentra politizada “(…) en la medida en que hace aparecer como primordiales, naturales, tradicionales o pre cognoscitivas, las relaciones sociales que no son iguales” (Lobo, 2002).

En segundo lugar, para determinar cómo la relación comunicativa y selectiva son decisivas en el episodio y en la noticia, es preciso entender qué es la relación comunicativa y la relación selectiva, que creo hace referencia, en otros términos, más bien a la interactividad selectiva y comunicativa:

La interactividad es la capacidad gradual y variable que tiene un medio de comunicación para darle a los usuarios/lectores un mayor poder tanto en la selección de contenidos (interactividad selectiva) como en las posibilidades de expresión y comunicación (interactividad comunicativa)” (Rost, 2006 p. 195)

De la anterior definición, se entiende que una interactividad selectiva  consiste en la relación que tienen los individuos con los contenidos que consumen; y una interactividad comunicativa es la que tienen los individuos entre sí –en el contexto actual de la cibercultura, en la cual la mayoría de nosotros por gusto y/o necesidad pasamos mucho tiempo del día interactuando con los contenidos (texto, imagen y sonidos) y con los demás usuarios que encontramos en las redes sociales, entendidas como redes de comunicación y de interacción. Del mismo modo, vemos cómo la interactividad selectiva y comunicativa se ejemplifican en la noticia de la filtración masiva de datos de Facebook a Cambridge Analytica y su presunta influencia en la elección presidencial de Donald Trump en USA y del Brexit en el Reino Unido en 2016; y en el capítulo de Black Mirror “15 Millones de Méritos” (15 Million Merits).

¿Tenemos una relación selectiva con los contenidos que consumimos? Mi respuesta es no y no es sólo por una filtración de datos de Facebook a Cambridge Analytica para pautar noticias y anuncios con base en nuestras opiniones políticas a fin de moverlas a favor o en contra de una posición electoral, sino que también está en que en muchos países es obligación de los ciudadanos pagar impuestos para que el Estado financie la televisión pública, como en Reino Unido con la BBC, en Alemania con el impuesto “Rundfunkbeitrag”, o en Colombia en el que se financia la televisión pública con el dinero de los contribuyentes, así estos canales no generen audiencia (rating), a diferencia de los canales privados, independientemente de su calidad de contenidos frente a estos últimos  No existe esta interacción selectiva con los contenidos, porque fuera de si se consumen o no (más a  menudo no es así), igual están siendo financiados y el no pago de estos impuestos en muchas legislaciones suponen penas hasta de prisión.

El principal problema que tenemos los individuos cuando interactuamos con los contenidos en la cibercultura en que nos encontramos, radica en la relación selectiva con estos en términos de su veracidad. ¿Cómo podemos elegir consumir o no consumir contenidos audiovisuales o de prensa que han sido elegidos y filtrados exclusivamente para nosotros con base en algoritmos y grandes bases de los datos que proveemos gratuitamente cada vez que estamos en internet? No sé cómo responder esto y creo que cada vez será más difícil hacerlo, porque tras cada segundo que vivimos inmersos en este mundo cada vez más invasivo en el que compartimos nuestros datos luego de hacer click “voluntariamente” sobre el botón de Aceptar, bajo la coacción de que si no aceptamos los Términos de Servicio (TOS), no podremos acceder a este y no hay una alternativa a su monopolio, por lo que nos toca consumirlos o nos toca consumirlos.

Los mismos medios de comunicación y de la prensa que se autodenomina “seria” siempre nos han dicho que son “imparciales”, aunque siempre hemos sabido que eso no es verdad, al menos no del todo. Hoy en día, más que antes la selección de contenidos en virtud de su veracidad es un problema dado que no es una teoría conspiratoria afirmar que los medios son parciales, porque requieren de grandes capitales para poder pautar, publicar, circular sus contenidos y vender los productos y servicios de sus patrocinadores. Estos capitales son proveídos por accionistas anónimos o limitados, los cuales son personas (naturales y jurídicas) con intereses privados, públicos y/o dobles nacionalidades –que en muchos casos si son discutidos se considera antisemita hacerlo. Un ejemplo claro de lo partisanos que son los medios es el (en)cubrimiento del Russiagate, en el que presuntamente Donald Trump llegó a la presidencia de los Estados Unidos gracias a la intervención y la manipulación por parte del Gobierno de Rusia de Vladimir Putin –sin mencionar el fiasco del Pissgate, que demostró cuán fácil es que los medios se coman el troleo de 4Chan sin siquiera confirmar las fuentes, siempre y cuando la carreta[1] obedezca su agenda. En esta “trama Rusa”, como les gusta llamarla a los miembros imparciales de los medios internacionales, expertos y pundits critican que una “democracia” pueda ser intervenida por un Gobierno Extranjero. No obstante, estos medios imparciales no critican o siquiera publican la intervención extranjera que ejercen en la política ciudadanos con doble nacionalidad que hacen lobby soterrado a favor de subsidios a los países de los que emigraron (i)legalmente; o de la intervención de USA en el extranjero en favor de las pretensiones territoriales y fronterizas del país innombrable que empieza con I de irreal. Ahí la intervención extranjera en la “democracia más libre del mundo” sí que no es antidemocrática. “El periodismo trata de cubrir historias importantes. Con una almohada, hasta que dejan de moverse”[2]

Al interior de la interacción selectiva con los contenidos subyace la relación de poder con el conocimiento, la relación que hace posible que los datos se vuelvan conocimiento y que el conocimiento se vuelva acción. No obstante, la veracidad se pierde en la masividad del ruido, que impide diferenciar la verdad de la opinión y el conocimiento de la ignorancia. Cuando somos bombardeados diariamente por contenidos con pretensión de verdad e imparcialidad (noticias), con pretensión de vender (anuncios) y aquellos con propósito de entretener; los logaritmos basados en nuestros perfiles almacenados en masivas bases de datos son los que anestesian nuestra interacción selectiva para filtrar los contenidos que nos sirven de los que no. Cada vez más es difícil diferenciarlos entre sí, porque las noticias, que se pretenden decirnos la verdad, son a la vez pauta publicitaria que nos busca entretener y/o propaganda que nos pretende incitar a votar por alguien. Los mismos medios “imparciales” que siempre nos advierten que las noticias falsas pueden minar nuestro pensamiento crítico y llevarnos a tomar decisiones electorales antidemocráticas, son los que al mismo tiempo quieren vendernos productos de los patrocinadores, distraernos para que no hagamos zapping a otra página y/o hacer que votemos por uno u otro partido en las próximas elecciones. Si esto es verdad, que lo es, la democracia es una farsa llena de ignorantes que no sabemos lo que nos conviene y requerimos por tanto de seres superiores para que decidan lo que es mejor por nosotros. “Si usted lo ve es para usted”(“The Last Psychiatrist: If You’re Watching, It’s For You”, s/f)

La interacción selectiva y la interacción comunicativa se intersecan en las relaciones entre los individuos. Si la interacción selectiva nos presenta el problema de la veracidad, en el estadio de la cibercultura en que nos encontramos[3], la interacción comunicativa nos presenta con el problema de la autenticidad. La autenticidad supone que somos “verdaderos” cuando nos comunicamos con otros, que nos mostramos tal y como somos. La pregunta es: ¿qué tan auténticos podemos ser si nuestra vida está influida por parte de los demás y de la sociedad en la que vivimos? De hecho, Aristóteles en la Poética dice que «La imitación es natural para el hombre desde la infancia, y esta es una de sus ventajas sobre los animales inferiores, pues él es una de las criaturas más imitadoras del mundo, y aprende desde el comienzo por imitación». Milenios más tarde,  para Fernando Savater, la individualidad es producto de la sociedad porque los individuos estamos condenados a ser libres de elegir quienes somos, pero nunca podemos elegir más allá de nuestras posibilidades y de la “casi” exigencia social de imitar modelos (Savater, 2012, pp. 121 ss.). Por tanto, no somos completamente auténticos.

“15 Millones de Méritos” (15 Million Merits) muestra un futuro distópico en el que la mayoría de la gente trabaja pedaleando sobre una bicicleta estática para ganar «Méritos», para poder adquirir alimentos fabricados en probetas, artículos para el avatar virtual y un tiquete para participar en Hot Shot, un concurso de talentos con el que pueden alcanzar la fama. No obstante, aquellos que no pueden mantener el ritmo en la bicicleta por su sobrepeso son degradados a limpiadores y a participar en humillantes concursos.

Bing, es un joven afro, que ignora a la asiática en favor de la bella, blanca y talentosa Abi, a quien le dona los 15 millones de méritos que heredó de su fallecido hermano para que ella participe en el concurso y pueda llegar a ser “la nueva Selma”, pero luego de beber la bebida Cuppliance (un juego entre la palabra “cup” o vaso y la palabra “compliance” u obediencia en inglés), un soma para la obediencia y ante la alternativa de tener que volver a pedalear la bicicleta, Abi acepta la oferta de Wraith, uno los jueces del concurso de volverse actriz porno en el programa WraithBabes.

Sin más méritos, Bing no puede seguir pagando para evitar ver el anuncio de este programa, por lo que intenta alejar la mirada mientras el sistema de pantallas a su alrededor emite una alarma para que mire la escena de sexo con Abi. Desesperado, Bing rompe una de las pantallas que lo rodea en su habitación, despedazando un pedazo filudo de vidrio que oculta bajo su colchón durante varios meses de continuo pedaleo en los que se prepara una rutina de baile y come las sobras de la comida de los demás, a fin de ahorrar 15 millones de méritos y así poder participar en Hot Shot,

Una vez más Bing compra el tiquete y participa en el concurso ante los jurados, pero al final amenaza con cortarse el cuello en vivo con el fragmento de cristal al tiempo que da un discurso crítico del sistema, lo que impresiona a los jueces y a la audiencia de avatares. Por tal motivo, el juez Hope le da a Bing un espacio semanal de 30 minutos hacer un livestream crítico del sistema a cambio de fama, dejar de montar la bicicleta y vivir en una habitación con lujos como mirar un paisaje virtual en sus pantallas, beber jugo de naranja y tener un pingüino de madera reminiscente al origami que le había dado Abi.

Me cuesta creer que el mundo profetizado en “15 Millones de Méritos” (15 Million Merits) sea una antiutopía, porque en esta no se vieron representados los nuevos ingleses cuyos nombres son en su mayoría Mohammed. Todo se ve tan limpio y seguro, a diferencia del Califato de Londonistán. Por otro lado, y volviendo a la trama, creo que es justo preguntarnos:¿Se merece Bing los 15 millones de méritos que heredó de su difunto hermano? ¿Se merecen los gorditos estar degradados a la posición de limpiadores o de bufones de los programas de concurso?

Nos gusta pensar que vivimos en una sociedad meritocrática, donde los ganadores son ganadores porque se lo merecen más que los perdedores. Pero, ¿merecen los pobres ser pobres? ¿merecen los gordos ser gordos? Uno diría que los gordos merecen ser gordos por perezosos y tragones, pero sólo los hombres. Ni se les ocurra decirles a las mujeres con sobrepeso y obesas que hagan dieta y ejercicio para bajar unos kilos, eso es discriminación.  ¿Acaso no nos dicen las sebosas del #bodypositivitymovement y del #fatlivesmatter que estar obesa es también símbolo de belleza? La aceptación es exclusiva ellas; que los gordos hombres se vayan a comer un bollo de caquita, según ellas, porque ellas merecen que la sociedad “gordófoba” las ame y que modelos con six pack les den sexo. Eso sí, si un gordo bajito dice que sueña tener una modelo alta de novia, las gordas del movimiento de autoafirmación física le dicen que debe bajar sus estándares imposibles de belleza y crecer unos centímetros de todo.

Toda esta parábola de los Méritos se me parece a la Parábola de los Talentos (Mateo 25:14-30), como si en la vida real la meritocracia premiara a las personas no por el simple hecho de nacer en unas condiciones ventajosas que los ponen frente a los demás, sino por poner estos “talentos” en buen uso. Pero esta concepción meritocrática, según Rawls, sigue sin ser justa porque,

“(…) aunque se logre que todos partan del mismo punto de salida, será más o menos predecible quiénes ganarán la carrera: los que corran más deprisa. Pero ser un corredor veloz no depende del todo de mí. Es moralmente contingente de la misma forma en que venir de una familia acomodada lo es. “Aunque trabajase a la perfección en eliminar la influencia de las contingencias sociales”, escribe Rawls, el sistema meritocrático “seguiría permitiendo que la distribución de la renta y del patrimonio esté determinada por la distribución natural de capacidades y aptitudes” (Sandel, 2015 pp. 176-177)

Más irónico es aún que en una “realidad hiperconectada” como la que encontramos en la ficción “verosímil” de “15 Millones de Méritos” (15 Million Merits) los personajes no estén interconectados entre sí. Por ejemplo vemos que un personaje como Bing ignora a todos en el ascensor y en el gimnasio, rehusando la interacción comunicativa, excepto con la atractiva Abi, a quien le muestra el truco para obtener comida gratis de la máquina que le había enseñado la asiática a la que ignora porque no es agraciada ni le atrae. Pretendamos que esta excepción no se debe a que Abi es bonita y Bing quiere con ella, sino que Bing se encuentra en realidad absorto en una realidad hiperconectada que genera aislamiento entre las personas. Por un momento llegué a creer que Bing hizo todo el esfuerzo de volver a ganar los 15 millones de méritos para poder ser actor en el programa de WraithBabes y “recuperar en especie” la inversión que “desinteresadamente” hizo en Abi.

A diferencia de 1984, en el que el Gran Hermano observa a los ciudadanos de Oceanía constantemente a través de las telepantallas; en 15 Millones de Méritos, los sujetos no pueden dejar de mirar las pantallas mientras pedalean las bicicletas estáticas del gimnasio en el que trabajan para producir energía a cambio de “méritos” con los cuales pueden comprar comida para poder seguir pedaleando y rindiendo. La sociedad que se sugiere existe en este capítulo más que ser una sociedad disciplinaria, como la mostrada en 1984 de George Orwell, es una sociedad del rendimiento, tal y como la describe Byung Chul-Han:

La sociedad disciplinaria de Foucault, que consta de hospitales, psiquiátricos, cárceles, cuarteles y fábricas, ya no se corresponde con la sociedad de hoy en día. En su lugar se ha establecido desde hace tiempo otra completamente diferente, a saber: una sociedad de gimnasios, torres de oficinas, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos. La sociedad del siglo xxi ya no es disciplinaria, sino una sociedad de rendimiento.” (Chul-Han, 2012 p. 25)

Si en Farenheit 451 de Ray Bradbury los bomberos quemaban libros para que la gente sólo viera televisión; en 15 MdM, no hay libros por quemar y las personas tienen que ver televisión inane todo el tiempo para poder rendir y pedalear más fuerte para poder ir al concurso que los sacará de las bicicletas y los pondrá en las pantallas para ser vistos por todos. Parte de este rendimiento esperado de los pedaleadores/consumidores es producto de un multitasking que aliena a los personajes y los limita al rol de productores/consumidores: productores de energía, como hamsters en una rueda; y consumidores de contenidos que aparecen en esas pantallas a las que no pueden dejar de mirar, a menos que paguen con su tiempo, representado en “talentos” (si el contenido no les gusta) o en tiempo de mirada (si el contenido les gusta o no les gusta, pero se les obliga a que les guste, si no tienen “talentos” con los que saltarlos). Este multitasking, supone para Chul-Han, una regresión del hombre a un estado salvaje, cuya atención se ve disipada por el exceso de estímulos a los que es sometido en la sociedad tardomoderna, tal como los animales salvajes no concentran su atención en una sola cosa, por pura supervivencia:

“Un animal ocupado en alimentarse ha de dedicarse, a la vez, a otras tareas. Por ejemplo, ha de mantener a sus enemigos lejos del botín. Debe tener cuidado constantemente de no ser devorado a su vez mientras se alimenta. Al mismo tiempo, tiene que vigilar su descendencia y no perder de vista a sus parejas sexuales. El animal salvaje está obligado a distribuir su atención en diversas actividades. De este modo, no se halla capacitado para una inmersión contemplativa: ni durante la ingestión de alimentos ni durante la cópula. No puede sumergirse de manera contemplativa en lo que tiene enfrente porque al mismo tiempo ha de ocuparse del trasfondo. No solamente el multitasking, sino también actividades como los juegos de ordenadores suscitan una amplia pero superficial atención, parecida al estado de la vigilancia de un animal salvaje. Los recientes desarrollos sociales y el cambio de estructura de la atención provocan que la sociedad humana se acerque cada vez más al salvajismo. Mientras tanto, el acoso laboral, por ejemplo, alcanza dimensiones pandémicas. La preocupación por la buena vida, que implica también una convivencia exitosa, cede progresivamente a una preocupación por la supervivencia.” (Chul-Han, 2012 p. 34)

En 15 M de M, suena una fuerte alarma para obligar a los ciudadanos/consumidores/pedaleadores a ver los contenidos pornográficos que no quieren ver en la pantalla; en Harrison Bergeron de Kurt Vonnegut, el gobierno requiere que aquellos que posean una inteligencia superior a la promedio lleven en la cabeza un auricular que emite un sonido fuerte a intervalos regulares durante el día para interrumpir sus pensamientos y hacerlos igual de irreflexivos que el resto, porque no está permitido ser más inteligente que nadie más, todos deben ser iguales. Sin tiempo ni mente para la contemplación, es admirable (¿inverosímil?) ver cómo Bing pudo concentrarse para sacar su presentación del baile ante los jueces de Hot Shot, pero la concentración no fue suficiente (¿o sí?) para preparar su discurso. ¿Si hubiera sido preparado, hubiera sido auténtico? En todo caso sí fue preparado, porque Bing Madsen es interpretado por Daniel Kaluuya, un actor afroinglés, para una producción que fue escrita en un guion que se debió aprender antes de interpretar su rol frente a la cámara. Aparte de las horas en que duerme el personaje de Bing, no se ve otro momento en que estuviera despierto donde no tuviera una pantalla encendida mostrándole un spot publicitario (de algún producto audiovisual) o un videojuego, aparte de cuando paga para NO ver, va en silencio por el ascensor al gimnasio o come de las máquinas dispensadoras del comedor del “gimnasio”. Esto, deja ver que no tiene muchos momentos para el aburrimiento y el sosiego requerido para la atención profunda que hace posible la cultura:

“Los logros culturales de la humanidad, a los que pertenece la filosofía, se deben a una atención profunda y contemplativa. La cultura requiere un entorno en el que sea posible una atención profunda. Esta es reemplazada progresivamente por una forma de atención por completo distinta, la hiperatencón. Esta atención dispersa se caracteriza por un acelerado cambio de foco entre diferentes tareas, fuentes de información y procesos. Dada, además, su escasa tolerancia al hastío, tampoco admite aquel aburrimiento profundo que sería de cierta importancia para un proceso creativo. Walter Benjamin llama al aburrimiento profundo el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia». Según él, si el sueño constituye el punto m´ximo de la relajación corporal, el aburrimiento profundo corresponde al punto ´lgido de la relajación espiritual. La pura agitación no genera nada nuevo. Reproduce y acelera lo ya existente.” (Chul-Han, 2012 p. 35)

Tanto en 1984 y Nosotros (Мы) de Yevgeny Zamyatin, los personajes llevan uniformes para representar su perdida de identidad; en 15 MdM también, pero aquí tienen avatares, perfiles caricaturizados visuales a los que pueden coprarles ropa, cortes de cabello y accesorios caros de sus programas favoritos (como el fragmento de vidrio filudo del stream semanal de Bing). Aparte de ser una manifestación de consumo que se ve en videojuegos desde Second Life, pasando por los Sims, hasta los Meebos de Nintendo Wii y los avatares de Xbox Live; los “productos” consumibles en los videojuegos, además de ser un mercado multimillonario, nos llevan a pensar en la noción de las mercancías que son completamente virtuales y que, a diferencia de programas o apps con funcionalidades como Microsoft Office o los juegos de video, sólo cumplen una función cosmética en una representación caricaturizada del usuario o del jugador. En el mundo de 15 MM, esta personalización del avatar es como la manufactura de una identidad virtual, que nos hace pensar en las siguientes palabras:

“El animal laborans tardomoderno no renuncia de ningún modo a su individualidad ni a su ego para consumarse trabajando en el proceso vital anónimo de la especie.La sociedad de trabajo se ha individualizado y convertido en la sociedad de rendimiento y actividad. El animal laborans tardomoderno está dotado de tanto ego que está por explotar, y es cualquier cosa menos pasivo. Si uno renunciara a su individualidad y se entregara plenamente al proceso de la especie, gozaría, cuando menos, de la serenidad propia de un animal. El animal laborans tardomoderno es, en sentido estricto, todo menos animalizado. Es hiperactivo e hiperneurótico.” (Chul-Han, 2012 p. 45)

Más aún cuando, la mayor aspiración en 15 MdM es salir de las bicicletas y entrar a las pantallas, para dormir en habitaciones de vidrio (léase jaulas o cavernas, menos pequeñas).

En 1984, beben Ginebra para apagar el hambre; en Un Mundo Feliz los ciudadanos consumen soma para mejorar su estado de ánimo; en Farenheit 451 consumen drogas y programas de televisión estúpidos para ser felices; y en 15 MdM se les da cuppliance para obtener compliance y aceptación cuando los jurados les ofrezcan un sustituto de sus aspiraciones de fama. Si en lugar de Abi, el que hubiera participado en el concurso hubiera sido Dustin, creo que no hubiera necesitado que le dieran para participar en el canal porno en lugar del reality de canto. Lo que es buen contenido para unos, es zapping pago para otros, pero en 15 MdM, a ninguno le está permitido negarse a hacer nada, sólo a la hiperactividad; no pueden negarse a dejar de mirar lo que les muestran las pantallas a su alrededor, su interacción selectiva está minada por la falta de méritos o por el cuppliance:

Hay dos formas de potencia. La positiva es la potencia de hacer algo. La negativa es, sin embargo, la potencia del no hacer, en términos de Nietzsche, de decir No. Se diferencia, no obstante, de la mera impotencia, de la incapacidad de hacer algo. La impotencia consiste únicamente en ser lo contrario de la potencia positiva, que, a su vez, es positiva en la medida en que está vinculada a algo, pues hay algo que no logra hacer. La potencia negativa excede la positividad, que se halla sujeta a algo. Es una potencia del no hacer. Si se poseyera tan solo la potencia positiva de percibir algo, sin la potencia negativa de no percibir, la percepción estaría indefensa, expuesta a todos los impulsos e instintos atosigantes. Entonces, ninguna «espiritualidad» sería posible. Si solo se poseyera la potencia de hacer algo, pero ninguna potencia de no hacer, entonces se caería en una hiperactividad mortal. Si solamente se tuviera la potencia de pensar algo, el pensamiento se dispersaría en la hilera infinita de objetos. La reflexión sería imposible, porque la potencia positiva, el exceso de positividad, permite tan solo el «seguir pensando».” (Chul-Han, 2012 p. 59)

En la sociedad del rendimiento se vive rendido, y la única forma de seguir rindiendo rendimientos, es siendo dopados hasta que el cansancio nos gana y nos rendimos sin rendimiento. Mientras en 1984 el Ministerio del Amor es el que determina quien tiene hijos y quien no; en 15 Millones de Créditos si se sugiere que la comida viene de probetas, se supone que las personas también, como en un Mundo Feliz (Brave New World) de Aldous Huxley, pero dejando el sexo sólo para la pornografía. Las personas en la sociedad del rendimiento, de los gimnasios de spinning de 15MdM, los pedaleadores/audiencia viven tan cansados que no tienen tiempo de aprender a mirar a algo diferente de las pantallas, no tienen energías para aprender a mirar al otro ni escucharlo: “El cansancio de la sociedad de rendimiento es un cansancio a solas (Alleinmüdigkeit), que aísla y divide.” (Chul-Han, 2012 p. 72)  Por otro lado, para Handke hay un cansancio fundamental que inspira y del que surge el espíritu, un “cansancio despierto”, elocuente capaz de mirar y reconciliar. para crear una “sociedad del cansancio”, del cansancio fundamental, el verdadero “entre-tiempo”, del tiempo sin trabajo, “un tiempo de juego,”que genere una verdadera comunidad conectada. Este es el cansancio que está ausente de 15 MdM, cuando Bing termina su stream y queda sólo y en silencio en su nueva habitación (celda) más grande y lujosa, sin ninguna Swift ni Abi con quienes compartir su cansancio.

A pesar de que Snowden y Wikileaks hayan advertido del uso que le dan los gobiernos a la información privada que compartimos en las redes sociales, como Facebook, nosotros los ignoramos y decidimos confiarlos, gratuitamente, a los Zuckerbergs, los Larry Pages, los Sergey Brins, las Sheryl Sandbergs y demás miembros confiables de dobles nacionalidades pertenecientes a esa camarilla internacional sin raíces que controla nuestros datos personales y nuestro acceso a la información. Nosotros renunciamos a nuestra privacidad desde el momento en que dejó de importarnos publicar todo pensando que “el que no debe nada teme” o que “el no hace nada malo nada tiene que ocultar”, sin pensar dos veces en que lo que publicamos puede ser malinterpretado, monetizado, usado inescrupulosamente, censurado, etc. por terceros o por estas compañías que le permiten el acceso de nuestra información a esos terceros.

Esto no es una teoría conspiratoria ni algo que sólo pasa lejos, A menudo vemos la sociedad China como un ejemplo distópico donde podemos llegar si la cibercultura se vuelve tan hegemónica en la vida y la libertad de los ciudadanos hasta el punto en que se propone un sistema de crédito social en el que se valore a las personas naturales o jurídicas como dignas de acceder a diversos servicios o derechos de acuerdo a un puntaje medido por grandes bases de datos privadas y públicas que ranquean a los ciudadanos con base a sus conductas sociales, financieras, judiciales, etc. Esto ya está pasando, y no es exclusivo de China, ni de Black Mirror, ni sólo parte del Patriot Act, sino que los gobiernos de todo el mundo pueden, por ejemplo negarle a usted la entrada a su país, pueden negarle o concederle un crédito y/o pueden comenzar a investigarlo judicialmente con base en lo que usted publica en sus redes sociales.

A ver, si usted publica algo que a los censores de Facebook, Twitter o Alphabet (propietarios de Google y YouTube) no les gusta, no solo lo banean a usted de publicar en sus redes sociales, entendidas estas ahora como trampas, con complicados TOS (Terms of Service – Términos de Servicio), que fácilmente pueden considerar cualquier opinión que no se les ajuste como discurso de odio (hate speech), discriminación o acoso (harassment). Usted dirá que ellos pueden hacer lo que quieran, después de todo son empresas privadas y están en su derecho en negarle el servicio a cualquiera sin una explicación. Eso está muy bien y todo, pero cuando es a través de esas mismas plataformas sociales por medio de las cuales usted puede seguir las últimas actualizaciones sobre el “gobierno en línea” de su país, o interactuar con su Presidente, –como en USA, donde una sentencia le prohíbe al Presidente bloquear a sus seguidores en Twitter–, el que lo bloqueen se vuelve no solo un inconveniente de 30 días de bloqueo al acceso a sus fotos y a chatear con sus amigos, sino una vulneración a sus derechos fundamentales. Por ejemplo, en Colombia donde las entidades públicas tienen un handle de Twitter o una página de Facebook en la que publican sus últimas actualizaciones administrativas o judiciales, ese servicio “gratuito” de Twitter o Facebook deja de convertirse en un servicio meramente privado y se vuelve público, hasta el punto en que puede afectarle a un ciudadano sus derechos fundamentales el no conocer, por ejemplo, la publicidad de un acto administrativo o una notificación judicial publicada por una autoridad administrativa o judicial a través de estas redes.

Desde el aspecto privado, puede llegar a vulnerársele a una persona derechos como el transporte, la vivienda o la alimentación, porque varias de estas redes sociales están asociadas con plataformas como Uber, AirBnB, Rappi o Nequi y el que alguien sea baneado con base en términos de servicio ambiguos, significaría que no podría transportarse al trabajo, hospedarse de emergencia una noche, acceder al salario del banco o incluso poder comer.

Hoy no es apenas una mera inconveniencia el no tener un celular con Whattsapp, sino que se vuelve una necesidad en muchos entornos académicos o laborales el estar conectados 24/7 así sea desde un correo electrónico, por lo que el derecho de boicot y de desconexión de estos servicios pasó de convertirse en un mero inconveniente propio de luditas tardomodernos a una obligación en muchas profesiones que puede costarle el trabajo al empleado que decide tener sus horas libres para sí mismo. No creo que la legislación pueda contrarrestar la forzada necesidad de estar conectados todo el tiempo a disposición de nuestros jefes en el trabajo, porque el poder negarnos a hacerlo como proponen estas reformas laborales del derecho de la desconexión, no supone que tengamos derecho a que nos paguen horas extra, sino más bien a que llegue el momento en que podamos ser reemplazados por un empleado que por el mismo salario no se queje de no tener un momento de intimidad y sosiego; o por una IA que ni requiere descanso ni privacidad[4]. Acepte que le escriba el fin de semana o a la madrugada, porque hay una gran lista de desempleados que quieren tener su trabajo.

Es paradójico que un capítulo de una serie que se emite a través de una plataforma propiedad de miembros de esa tribu sobrerrepresentada en las finanzas, la academia, la política y los medios, sea una sátira del mundo hiperconectado propiedad de miembros de la misma tribu. Es paradójico también que este texto se base en ese mismo contenido de entretenimiento para observar el mundo hiperconectado en que nos encontramos y criticar la sobresaturación de contenidos de entretenimiento a nuestro alrededor, lo que hace preguntarnos al menos si es posible siquiera observar la realidad críticamente cuando la realidad que conocemos es producida y dirigida por lo mismo que criticamos, al punto en que no sé ya si es siquiera posible cambiar el sistema cuando estoy sujeto a él.

Bibliografía.

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Sandel, M. J. (2015). Justicia: ¿Hacemos lo que debemos? (Tercera ed). Barcelona: Penguin Random House.

Savater, F. (2012). Ética de Urgencia. Editorial Planeta, SA. Recuperado a partir de https://docs.google.com/file/d/0B6l5-ny7Km7SOWxoa1

The Last Psychiatrist: If You’re Watching, It’s For You. (s/f). Recuperado el 14 de octubre de 2019, a partir de https://thelastpsychiatrist.com/2008/08/if_youre_watching_its_for_you.html

 

[1] CARRETA: (colombianismo) Habladuría. https://es.wiktionary.org/wiki/Wikcionario:Colombianismos

[2] “Journalism is about covering important stories. With a pillow, until they stop moving” David Burqe – @iowahawkblog

[3] “Según Silver (2000), se puede hablar de tres estadios o generaciones de los estudios ciberculturales que se consolidan en los años noventa y cuya evolución ha estado ligada a los respectivos desarrollos tecnológicos que dan origen a su vez a nuevas preguntas y campos de investigación . El primero, o del ciberespacio popular, de mediados de los ochenta, se caracterizó por una profusión de artículos periodísticos de carácter descriptivo, elaborados con el apoyo de expertos ingenieros, y el uso de Internet como metáfora de una nueva frontera civilizatoria. El segundo estadio de principios de los noventa, se centró principalmente en las comunidades virtuales y las identidades on-line (Rheingold, 1996; Turkle, 1997) con una especial participación de los académicos de las ciencias sociales. La cibercultura empieza a ser considerada como un espacio de empoderamiento, construcción, creatividad y comunidad en línea (Bonilla, 2001; Bonilla et al., 2001). A mediados de los noventa se populariza el uso de las plataformas Netscape y Explorer, se extiende el empleo del computador personal y se incrementan los índices de acceso y uso de computadores en general, así como de los estudios del ciberespacio en el Primer Mundo. El tercer estadio, o de los estudios críticos ciberculturales, que va desde finales de los noventa hasta nuestros días, expande esta noción hacia las interacciones, los discursos, el acceso y la brecha digital, el diseño de interfaces, y explora las intersecciones e interdependencias entre estos cuatro dominios. En este estadio cada vez hay más aproximaciones inter y transdisciplinares de los estudios culturales, los estudios sociales de ciencia y tecnología, los estudios postfeministas y los estudios de la informática social.” (Rueda Ortiz, 2008 p.9)

[4] Eso sí, las empresas licenciadas de esa IA sí tienen derecho a sus secretos industriales y a su confidencialidad; los empleados en jornada laboral y los consumidores, no.

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